Lunática
Mientras más se paseaba por la orilla de un lago
invernal, menos le cuadraba su reflejo. Sin boca, sin nuez, con alma o sin
ella. Sólo su sombra podía serle fiel ahora que descubría que no era su reflejo
lo que veía: era la Luna. Y desde entonces, en un pequeño manicomio blanco, la
llaman lunática.
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